Anuncio de Philips en la estación de Chamberí

Acompáñanos al Madrid de 1919… sin salir de 2022

Esta semana Metro ha cumplido 103 años, un aniversario que nos anima a recordar su historia, pareja a la de la propia ciudad de Madrid. Podríamos recordar decenas de hitos, datos y cifras, pero hoy queremos detenernos en algunos vestigios que aún se conservan de la red original y varios detalles curiosos. ¡Vamos allá!

Empezamos en Chamberí y nos dirigimos a la taquilla, donde, en el tablón de avisos, podemos consultar la tabla de precios de 1924. ¿Sabías que en hace un siglo el precio del billete también se calculaba según las estaciones que recorrieras? Iba desde los 15 a los 35 céntimos.

Tablón de avisos de la estación de Chamberí, con la tabla de precios de 1924

VIAJAR BAJO TIERRA EN 1919

Esta estación se conoce como “fantasma” porque permanece detenida en el tiempo con el aspecto que tenía cuando cerró, en 1966. Pero para entender su arquitectura y diseño tenemos que remontarnos a una fecha muy anterior, puesto que formó parte de la primera línea de Metro de Madrid. Es decir, abrió al público en 1919. ¿Os imagináis lo impactante que tuvo que ser para los madrileños de hace un siglo eso de bajar a un túnel para coger el tren? ¡Era un cambio espectacular respecto a su forma de moverse!

Además, hay que tener en cuenta que, aunque hoy las estaciones están muy bien iluminadas y no tenemos la sensación de estar bajo tierra, en aquellas primeras décadas del siglo XX las bombillas tenían muy poca potencia. Por eso el arquitecto del Metro, Antonio Palacios, diseñó la estación teniendo en cuenta todas las medidas a su alcance en aquel momento para aprovechar al máximo la luz: la que provenía del exterior en el acceso y el vestíbulo y, a partir de ahí, la que podían aportar las luminarias de la época.

¿Y cómo lo hizo? Pues cubriendo las paredes de los pasillos de baldosa blanca, siguiendo el ejemplo del metro de Londres, porque este material genera un brillo constante que guía a los viajeros hasta el andén. ¡Y además es muy bonito!

Pasillos de la estación de Chamberí cubiertos de baldosa blanca

Ya en el andén, nos recibe el jefe de estación. Bueno, un muñeco, una figura que existió hasta los años 70. En él nos llama la atención lo bajito que está el techo, y ello se debe también a esa necesidad que comentábamos de aprovechar la luz, porque así se concentraba mejor la poca que había en la zona que era más necesario visibilizar: el suelo.

Y otra curiosidad relacionada con esto de la luz: en esta estación podemos ver un anuncio de Philips, en el que la holandesa está cegada por la bombilla… ¡de medio watio!

Hablando de anuncios… En Chamberí se publicitaron grandes empresas como Gal, Cemento Portland, Aguas de Carabaña… que podían permitirse esas verdaderas obras de arte que eran los carteles publicitarios, que incluso llevaban firma. Pero, en uno de los extremos encontramos un cartel totalmente diferente, ¿os habéis fijado?

Se trata del de Almacenes Rodríguez y es distinto porque al anunciar ropa de temporada tenía que cambiar la imagen con cierta frecuencia. Por eso hizo una “plantilla”, que incluía un cartel rojo de “sírvase apearse en Gran Vía” y dejó un espacio en blanco en el que los productos de temporada se pintaban directamente sobre la piedra. Curioso, ¿verdad?

Anuncio de Almacenes Rodríguez en la estación de Chamberí, en el que se aprecia un espacio en blanco

TRENES CLÁSICOS

Cogemos la L1 y nos vamos a Chamartín, que acoge desde 2019, año del Centenario de Metro, una exposición de trenes clásicos. Entre ellos se encuentran los primeros que circularon por la red, del modelo “Cuatro Caminos”, que estuvieron en servicio ¡más de 70 años!

Al hablar de estos primeros trenes también tenemos que detenernos en el tema de la luz, porque, como decíamos, resultaba fundamental en un transporte que iba bajo tierra. Ya hemos comentado que las bombillas tenían poca potencia, pero ¿sabíais que en estos primeros trenes iban envueltas en unas magníficas tulipas? ¡Como en los mejores cafés de Madrid!

Del interior de estos trenes de suelos y asientos de madera nos llaman la atención muchos detalles, pero hoy queremos detenernos en la forma en la que se facilitaba información a los viajeros en el interior del tren.

En este sentido, en la parte superior encontramos mensajes propios de las campañas cívicas del momento. Algunos siguen vigentes en la actualidad, como que hay que dejar salir antes de entrar o que no se puede fumar dentro de los trenes, pero entonces también era necesario recordar algo tan obvio hoy como que ¡no se debe escupir!

Y otro detalle curioso: en la exposición hay un coche de tipo ‘Quevedo’ de 1927, el primero que integró paneles para la publicidad.

Espacio reservado para la publicidad en el interior de un tren clásico de Metro

Además de los trenes, en esta exposición encontrarás una colección de piezas históricas, que incluye objetos tan variopintos como un teléfono de los años 60 o una muestra de los diferentes uniformes que ha lucido el personal a lo largo de este siglo largo.

SUBESTACIONES ELÉCTRICAS

Dejamos el interior de la red y nos vamos a la Nave de Motores, obra también de Antonio Palacios e inaugurada en 1924. 

Alberga tres motores diésel de 1500 cv, cada uno de los cuales con un peso de nada menos que 161,5 toneladas, sin contar el alternador. Su objetivo era, por supuesto, generar la energía necesaria para la red, pero durante la Guerra Civil también proporcionó electricidad a la ciudad de Madrid a través de la compañía Unión Eléctrica Madrileña.

Fue la central más potente de su época, pero dejó de generar energía en los 50, puesto que las compañías ya eran capaces de asegurar un suministro cada vez más regular, y se cerró en 1972.

Durante una década los motores se pusieron en marcha una vez al año, hasta 1982, cuando se encendieron por última vez. ¿Y sabéis por qué lo hicieron? En homenaje al último oficial del servicio eléctrico que había trabajado en la nave en el día de su jubilación.

Desde entonces y hasta su restauración en 2008 se mantuvo cerrada, pero hoy es visitable y, además, en 2013 fue declarada Bien de Interés Cultural de la Comunidad de Madrid en la categoría de monumento.

Motores restaurados en el interior de la Nave de Motores de Pacífico

Y cerramos con otra subestación eléctrica, menos conocida pero también obra de Antonio Palacios: la de Quevedo. Su nave original, en la calle Olid, se construyó en 1926 y fue ampliada en 1929 en Gonzalo de Córdoba.

Aunque con unas instalaciones totalmente diferentes a las originales, la subestación sigue suministrando energía a las líneas 1 y 2 y también alberga oficinas, concretamente las que acogen las pruebas de la TTP.

Fachada de la subestación eléctrica de Quevedo, con el rombo de Metro en la parte superior

¿Te ha gustado el recorrido que te proponemos? Si es así, recuerda que tanto la estación de Chamberí, como la Nave de Motores de Pacífico o la exposición de trenes de Chamartín forman parte de Andén Cero, los museos de metro, y son visitables. Puedes reservar tu entrada en este enlace: https://www.metromadrid.es/es/quienes-somos/museos-de-metro